Los Proles (Proletarios)

Los Proles (Proletarios)

«La Ignorancia es la Fuerza»

Los proles o los proletarios del distópico super estado de Oceanía de 1984 estaban compuestos por un 85% aproximadamente de individuos de la población total, los proles no pertenecían al partido exterior y menos al partido interior del Gran Hermano que imperaba siendo el único partido de poder que es INGSOC. 

El Partido sostenía que el 40% de los proles adultos sabía leer y escribir y que antes de la Revolución todos ellos, menos 15%, eran analfabetos.

La revolución es el movimiento que marco el fin del capitalismo y que dio el inicio del socialismo ingles. 

Entonces podemos entender que la sociedad de Oceanía estaba compuesta por el partido interior, el partido exterior y los proles.

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Winston es nuestro personaje principal, miembro del partido exterior, trabajador del Departamento de Registro del Miniver y desde él podemos saber como funciona esta era de control total.

Winston nos cuenta que el Ministerio de la Verdad o Miniver en neolengua, tenía varias secciones que se encargaban de proveer la literatura, la música, el teatro y todo clase de entretenimiento a los proletarios.

Curiosamente nos dice que en las secciones que se ocupaban de estos asuntos en el Miniver proporcionaban por ejemplo periódicos con información más deportiva, espectáculos y astrología, noveluchas sensacionalista, películas que rezumaban sexo y canciones sentimentales compuestas por medios exclusivamente mecánicos en una especie de calidoscopio llamado Versificador.

Incluso nos dice que había una sección llamada Pornosec que se encargaba de producir pornografía de clase ínfima y que era enviada en paquetes sellados que ningún miembro del partido podía ver salvo los miembros que trabajaban en dicha sección.

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Syme un miembro del partido exterior como lo es Winston dijo lo siguiente: «Los proles no son seres humanos» cuando hablaban sobre la destrucción de las palabras para la nueva edición del diccionario de la nueva lengua es decir la neolengua, entonces a los proles se les considera no humanos como animales. 

Sexo y Maquillaje

Winston tambien nos cuenta su experiencia sexual con una prostituta, la cual conoció en uno de los barrios pobres de los proles, la mujer tenía la cara muy pintada y labios muy rojos, tambien estaba perfumada, pues ninguna mujer miembro del partido podía pintarse el rostro, ni perfumarse, los miembros del partido no podían recurrir a prostitutas porque estaba prohibido y sancionado con 5 años de trabajos forzados, pues Winston nos dice que el partido a pesar de la prohibición estimulaba la inclinación a la prostitución como salida a los instintos que no podían suprimirse. 

Paralelismo con la actualidad: Prostitución de las clases más pobres, los escándalos sexuales de los políticos y la gran industria del maquillaje en la sociedad.

«Si hay alguna esperanza está en los proles»

La Fuerza invisible para Los Proles

Pues en estas masas abandonadas podría encontrase la fuerza para destruir al partido. 

Por fuera del poder del partido están estos proles, ellos eran considerados inferiores aunque podían tener vida privada y gozar de ciertas libertades ajenas a los miembros del partido.

No eran vigilados por las telepantallas y la policía del pensamiento no se interesaba en ellos sino cuando tenía que eliminar a los pocos considerados capaces de convertirse en peligrosos para el sistema.

Sólo eran tenidos en cuenta para exigirles cuotas extras de trabajo o soldados en el frente de batalla.

Winston piensa en los proles como fuerza para derrotar la dictadura del partido, pero al final se convence de que nada se puede esperar de ellos si «El duro trabajo físico, el cuidado del hogar y de los hijos, las mezquinas peleas entre vecinos, el cine, el fútbol, la cerveza y sobre todo, el juego, llenaban su horizonte mental».

LOS PROLES1

Winston nos relata otra historia muy interesa:

El Motín de la Sarten

Una vez que había dado un paseo por una calle de mucho tráfico cuando oyó un tremendo grito múltiple. Centenares de voces, voces de mujeres, salían de una calle lateral. Era un formidable grito de ira y desesperación, Winston se sobresaltó terriblemente y se decia: ¡Ya empezó! ¡Un motín!, pensó. Por fin, los proles se sacudían el yugo; pero cuando llegó al sitio de la aglomeración vio que una multitud de doscientas o trescientas mujeres se agolpaban sobre los puestos de un mercado callejero con expresiones tan trágicas como si fueran las pasajeras de un barco en trance de hundirse. En aquel momento, la desesperación general se quebró en innumerables peleas individuales. Por lo visto, en uno de los puestos habían estado vendiendo sartenes de lata. Eran utensilios muy malos, pero los cacharros de cocina eran siempre de casi imposible adquisición. Por fin, había llegado una provisión inesperadamente. Las mujeres que lograron adquirir alguna sartén fueron atacadas por las demás y trataban de escaparse con sus trofeos mientras que las otras las rodeaban y acusaban de favoritismo a la vendedora. Aseguraban que tenía más en reserva. Aumentaron los chillidos. Dos mujeres, una de ellas con el pelo suelto, se
habían apoderado de la misma sartén y cada una intentaba quitársela a la otra. Tiraron cada una por su lado hasta que se rompió el mango. Winston las miró con asco. Sin embargo, ¡qué energías tan aterradoras había percibido él bajo aquella gritería! Y, en total, no eran más que dos o tres centenares de gargantas. ¿Por qué no protestarían así por cada cosa de verdadera importancia?

Paralelismo con la actualidad: Atención de la población a banalidades sobre todo en los medios de comunicación que se enfocan en el entretenimiento del espectáculo y del consumo.

«Hasta que no tengan conciencia de su fuerza, no se revelarán, y hasta después de haberse rebelado, no serán conscientes. Éste es el problema.»

Winston había citado la frase anterior y pensó que sus palabras parecían sacadas de uno de los libros de texto del Partido.

Winston nos sigue hablando temas muy interesantes sobre los proles:

La Vida de los Proles

El Partido pretendía, desde luego, haber liberado a los proles de la esclavitud. Antes de la Revolución, eran explotados y oprimidos ignominiosamente por los capitalistas. Pasaban hambre. Las mujeres tenían que trabajar a la viva fuerza en las minas de carbón (por supuesto, las mujeres seguían trabajando en las minas de carbón), los niños eran vendidos a las fábricas a la edad de seis años. Pero, simultáneamente, fiel a los principios del doblepensar, el Partido enseñaba que los proles eran inferiores por naturaleza y debían ser mantenidos bien sujetos, como animales, mediante la aplicación de unas cuantas reglas muy sencillas. En realidad, se sabía muy poco de los proles. Y no era necesario saber mucho de ellos. Mientras continuaran trabajando y teniendo hijos, sus demás actividades carecían de importancia. Dejándoles en libertad como ganado suelto en la pampa de la Argentina, tenían un estilo de vida que parecía serles natural. Se regían por normas ancestrales. Nacían, crecían en el arroyo, empezaban a trabajar a los doce años, pasaban por un breve período de belleza y deseo sexual, se casaban a los veinte años, empezaban a envejecer a los treinta y se morían casi todos ellos hacia los sesenta años.

El duro trabajo físico, el cuidado del hogar y de los hijos, las mezquinas peleas entre vecinos, el cine, el fútbol, la cerveza y sobre todo, el juego, llenaban su horizonte mental. No era difícil mantenerlos a raya. Unos cuantos agentes de la Policía del Pensamiento circulaban entre ellos, esparciendo rumores falsos y eliminando a los pocosconsiderados capaces de convertirse en peligrosos; pero no se intentaba adoctrinarlos con la
ideología del Partido. No era deseable que los proles tuvieran sentimientos políticos intensos. Todo lo que se les pedía era un patriotismo primitivo al que se recurría en caso de necesidad para que trabajaran horas extraordinarias o aceptaran raciones más pequeñas. E incluso cuando cundía entre ellos el descontento, como ocurría a veces, era un descontento que no servía para nada porque, por carecer de ideas generales, concentraban su instinto de rebeldía en quejas sobre minucias de la vida corriente. Los grandes males, ni los olían. La mayoría de los proles ni siquiera era vigilada con telepantallas. La policía los molestaba muy poco. En Londres había mucha criminalidad, un mundo revuelto de ladrones, bandidos, prostitutas, traficantes en drogas y maleantes de toda clase; pero como sus actividades tenían lugar entre los mismos proles, daba igual que existieran o no. En todas las cuestiones de moral se les permitía a los proles que siguieran su código ancestral. No se les imponía el puritanismo sexual del Partido. No se castigaba su promiscuidad y se permitía el divorcio. Incluso el culto religioso se les habría permitido si los proles hubieran manifestado la menor inclinación a él.

Como decía el Partido: «los proles y los animales son libres».

Winston siempre volvía a preocuparle saber qué habría sido la vida anterior a la Revolución. Sacó del cajón un ejemplar del libro de historia infantil que le había prestado la señora Parsons y empezó a copiar un trozo en su diario:

El Capitalismo

En los antiguos tiempos (decía el libro de texto) antes de la gloriosa Revolución, no era
Londres la hermosa ciudad que hoy conocemos. Era un lugar tenebroso, sucio y miserable donde casi nadie tenía nada que comer y donde centenares y millares de desgraciados no tenían zapatos que ponerse ni siquiera un techo bajo el cual dormir. Niños de la misma edad que vosotros debían trabajar doce horas al día a las órdenes de crueles amos que los castigaban con látigos si trabajaban con demasiada lentitud y solamente los alimentaban con pan duro y agua. Pero entre toda esta horrible miseria, había unas cuantas casas grandes y hermosas donde vivían los ricos, cada uno de los cuales tenía por lo menos treinta criados a su disposición. Estos ricos se llamaban capitalistas. Eran individuos gordos y feos con caras de malvados como el que puede apreciarse en la ilustración de la página siguiente. Podréis ver, niños, que va vestido con una chaqueta negra larga a la que llamaban «frac» y un sombrero muy raro y brillante que parece el tubo de una estufa, al que llamaban «sombrero de copa». Este era el uniforme de los capitalistas, y nadie más
podía llevarlo, los capitalistas eran dueños de todo lo que había en el mundo y todos los que no eran capitalistas pasaban a ser sus esclavos. Poseían toda la tierra, todas las casas, todas las fábricas y el dinero todo. Si alguien les desobedecía, era encarcelado inmediatamente y podían dejarlo sin trabajo y hacerlo morir de hambre. Cuando una persona corriente hablaba con un capitalista tenía que descubrirse, inclinarse profundamente ante él y llamarlo señor. El jefe supremo de todos los capitalistas era llamado el Rey y…

Winston nos habla de la Lotería:

La lotería, que pagaba cada semana enormes premios, era el único acontecimiento público al que los proles concedían una seria atención. Probablemente, había millones de proles para quienes la lotería era la principal razón de su existencia. Era toda su delicia, su locura, su estimulante intelectual. En todo lo referente a la
lotería, hasta la gente que apenas sabía leer y escribir parecía capaz de intrincados cálculos matemáticos y de asombrosas proezas memorísticas. Toda una tribu de proles se ganaba la vida vendiendo predicciones, amuletos, sistemas para dominar el azar y otras cosas que servían a los maniáticos. Winston nada tenía que ver con la organización de la lotería, dependiente del Ministerio de la Abundancia. Pero sabía perfectamente (como cualquier miembro del Partido) que los premios eran en su mayoría imaginarios. Sólo se pagaban pequeñas sumas y los ganadores de los grandes premios eran personas inexistentes. Como no había verdadera comunicación entre una y otra parte de Oceanía, esto resultaba muy fácil.

Paralelismo con la actualidad: Fraude de las grandes loterías a nivel mundial.

«Si había esperanzas, estaba en los proles. Ésta era la idea esencial. Decirlo, sonaba a cosa razonable, pero al mirar aquellos pobres seres humanos, se convertía en un acto de fe.»

Sr. Utopista